Cogí mis corotos y a mis mejores amigas del colegio y me fui para Valencia. Mientras recordabamos viejos tiempos, hacíamos nuevos. Más historias para recordar. Más anectodotas por las que suspirar cuando tengamos 77 años. Más razones para tenerlas en el lugar más especial de mi corazón. Más amistad. Más amor mutuo. Más suspiros.
Reímos hasta el infierno. Tragamos hasta donde nos dio la panza. Caminamos hasta que los pies nos hicieron huelga. Bailamos mientras divertidas, tomábamos tequila, comíamos tapas o paella valenciana.
¿Qué más se le puede pedir a la vida que descubrir una ciudad increíble con mis chicas que son aun más increíbles?
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