Y es que nos alquilamos unos Segways y eso los cogimos por toda Florencia sin piedad de todos los asiáticos que invaden la ciudad con sus cámaras tomandonos fotos. Y vimos esto y lo otro. Me subí a la cúpula del Duomo (463 escalones) a ver el atardecer. Vi los helados más increíbles que jamás haya podido ver. El corazón se me aceleró con la vista en la plaza Michelangelo. Y para cerrar, aunque no soy amante del arte, El David. El David me hizo sonreir. Me impresionó. Me dieron ganas de agarrarle las nalguitas y eso debe ser la forma en que el síndrome de Stehndhal se manifiesta en mi.
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