No sé por qué me negaba a cocinar. Pero durante años lo hice y con todas las ganas. Unas veces me escudaba en la flojera. Otras por la comodidad de tener quien lo hiciera por mi. Otras para creerme la muy loca, guao feminista. Bueno, la verdad es que no me daba la reverenda gana de cocinar. Pero ahora me que no tengo nadie que lo haga por mí y que no quiero seguir alimentando estos cachetes, me tocó. Y aunque mi mamá, ni nadie que me conozca de verdad lo crean, no soy tan caótica. Me limito a lo básico, obvio, o sea, pero es un buen comienzo. Ya superé los huevos, los cereales y los sanduches. Ahora intento nuevas cosas. Por lo menos soy creativa y sin miedo mezclo sabores. Soy práctica y de repente me descubro haciendo todo rápido, con gusto y sonriendo de satisfacción cuando veo que quedó rico y mi roomate lo ratifica.
¡Já, qué tal si no es una buena razón para suspirar este gran progreso!
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