miércoles, 8 de agosto de 2012

DÍA 180: Soy una backpacker de casas


Estoy absolutamente mamada de mudarme. Me entra odio y mala onda solo de pensarlo. Siento desespero o impotencia o confusión o mil cosas más, juntas y revueltas. Y quiero hacer pataleta y tirarme en el piso y llorar y revolcarme entre mis lágrimas y meterle puños al piso y dar patadas y gritar entre llanto y que mi mamá venga y me salve o un súper héroe o algo así. Pero no. Se supone que estoy grande y me toca afrontarlo y mi mamá esta lejos y no puede hacer nada y el súper héroe no aparece, así que la pataleta me la trago y en silencio se la hago a la vida y me pongo gruñona. Y pienso lo que es recoger todo y es el único momento donde me cuestiono para qué carajo tengo tanta ropa. Y no me caben las cosas. Y para qué guardo tanto recuerdo (que la entrada a yo no sé dónde, que el pasaje a mi lugar favorito, que la foto con Pepita, que el muñequito de no sé qué) que finalmente tengo que botar. Y sube y baje y vuelva a subir. Y que ropa y que zapatos, y que las carteras.., empaque y vuelva a desempacar en otro closet cuando ya le estaba cogiendo la maña al anterior. La cosa es que para mi mudarme se ha vuelto una tragedia. 

Es la tercera vez en Madrid y entro en etapa de negación y me quedo a dormir en la casa de mis amigas para no afrontarlo. Y es que miro atrás y es una pesadilla. Antes de esto, hace un mes me pasé y hubiera querido quedarme ahí por el tiempo que me falta en España, no porque fuera la mansión ni tuviera mil comodidades, sino solo por quedarme en un mismo lugar. Ya había sido suficiente con traer cargamentos de cosas desde Colombia y llegar al apartamento en el que estuve nueve meses. El apartamento quedaba donde ni Dios llega y sabía que no me iba a quedar eternamente ahí pero guardaba la esperanza de que solo fuera un cambio de casa más. Uno solito. A mi recoger y volver a poner cosas me cuesta. 

Antes de venirme a España 10 meses había cogido mis corotos en Bogotá para irme para Santa Marta. Ahí supe que estaba en el hogar, pero ya no era mi casa, era la de mis papás. Y fui feliz ahí. Demasiado. La comodidades que tanta falta me hacen, ahí las tenía todas. Rosa atrás recogiendo lo que dejo tirado. Mamá comprensiva, papá divertido, hermano gruñón y cerca. Sol, mar, buenos trabajos, amigas chéveres, buena fiesta. Pero llegué sabiendo que estaba de paso y de paso me sentí y como si estuviera de paso viví.

Y antes, estuve algo así como año y medio en la casa de mi Paz en Bogotá. También fui feliz y ahí mi vida tomó un poco de forma y sentí mi alma un poco perteneciendo a un lugar, a ese. Pero no podía dejar de tener la certeza que me tenía que ir en algún momento, no sabía cuándo, ni a dónde, pero sabía que me tendría que ir. Ahí estuve bien. Una buena compañera. Un lugar chévere. Buena ubicación. Trabajo. Armonía.

Obvio, antes de ahí estuve en otro lugar. No sé bien cuánto tiempo. Lo que sí sé es que fue poco y no me gustó. Y no estuve contenta. Y yo tampoco le gusté a la persona con la que vivía. Así que menos que me sentía en mi lugar, mio de mi propiedad. Y ni hablar de lo que vino antes de eso. Hice un sacrificio y compartí cuarto. Y no fue tan mal, pero no. Por lo que supe en todo momento que no era el lugar donde me iba a quedar mucho tiempo y esa forma de vida no me correspondía. 

Ahí había aterrizado directamente desde Buenos Aires. Si ya mudarse es un caos, mudarse de país son dos caos juntos. En la capital Argentina compartí un mini apartamento. Estuve tranquila, salía del edificio y tenía la nueve de julio ante mis ojos. Me iba caminando al trabajo. Tenía la compañera más dulce que haya tenido, pero tenía los meses contados allá y no había manera, no solo de que me quedara, sino que yo existiera en un lugar tan pequeño, en un mismo cuarto, en una misma cama con mi feliz y divina roomate. No iba conmigo.

Ahí llegué por un fracaso en mi anterior vivienda. Era la primera vez en mi vida que compartía cuarto y la gente era diferente a mi y no, no, no. Salí corriendo. Me parecía mediocre y regular. Era en Belgrano, un lindo barrio porteño, pero que me quedaba lejos del trabajo. Así que dormía cada que podía donde mis dos ángeles argentinos (que realmente eran colombianas). 

Y puedo seguir con mi listado de mudanzas porque ya en Bogotá antes de mi viaje a Buenos Aires, iba logrando mi master en mudanzas. Así que soy una nómada con mucho equipaje que va de lugar en lugar. Y que odie mudarme no quiere decir que me quiera quedar en un mismo lugar para siempre. Qué talito. Porque sí viviría un año en cada país si tuviera una fortuna en mis manos. Pero del hecho de mudarme, estoy mamada. Absolutamente. Loca y dolorosamente. No quiero hacer más sacrificios por estar donde quiero estar. Ni por no gastar más, ni por flojera a buscar bien. Yo no me quiero asentar ni echar raíces, no ahora, estoy muy joven para eso. Pero si quiero un lugar que sea mi lugar. De nadie más. De mi gusto, de mi propiedad. Con mis cosas y con mi alma. Que sienta que me pertenece y que yo me sienta con certeza en el corazón, que mi lugar es ese y solo ese. 

¿Estas leyendo, vida? Me lo merezco, ¿no? Porfi, gracias. 

lunes, 6 de agosto de 2012

DÍA 179: Los domingos no son malos

Realmente le he cogido cariño a los domingos. A pesar que es inevitable que uno cierre los ojos y de repente se haga lunes y toque enfrentar las responsabilidades. Y a mi no me gustan los lunes por toda esa idea que abarcan de tener que ponerle la cara a una nueva semana. Y es que el mundo está girando más y más rápido y parece que llevara afán y no quiero que lo tenga. ¿Por qué ha de andar rápido si esta edad, este momento, este lugar, esta yo, este todo está más que entretenido? ¿No poder ir despacito y caminar en vez de correr? Pues no, es como si cada vez le mejorara el estado físico y corriera más el desgraciado. Por eso no me gustan los lunes. Porque implican movimiento. Menos tiempo para hacer cosas y conocer lugares. Yo más lejos de los veinte y más cerca de los treinta. O sea, el llamado al asentamiento, a un mismo lugar, a una misma casa, un mismo trabajo y ¿no estoy muy joven para eso? en fin. En cambio los domingos se han vuelto mis amigos. He dejado a un lado ese fastidio de 'maldito domingo solitario reflexivo'. Por el contrario, hago como hice ayer. Me levanto tarde, como me gusta, hago pereza, me quejo un rato de no querer bañarme, me baño bailando en la ducha, y hago un lindo plan. El de ayer fue un Neo picnic, por ejemplo. Compramos pizza y nos fuimos al parque El Retiro a tirarnos y hablar de nada. Nada de sanduchitos y un canasto con cosas. Ni un mantel de cuadritos rojos ni nada. Solo nosotros con la pizza y las gaseosas hablando de nada. Y nos aburrimos del pasto y de las parejas enamoradas y de los evangelizadores y de hablar nada y nos fuimos a caminar y a comer helado con chocolate hasta en los sueños. Y sin darnos cuenta se pasó el domingo sin piedad y feliz. Se fue sin avisarnos que estábamos cerrando la semana y abriendo una menos en este lindo momento de la vida. La cosa es que se largó sin darnos espacio a los existencialismos domingueros, esos que matan. Suerte a los malos domingos. Yo los voy a querer y a aprovecharlos como aprovecho todo. Y eso he venido haciendo desde hace mucho tiempo, los domingos son chéveres, son amigables y no tienen la culpa del aguafiestas lunes.

viernes, 3 de agosto de 2012

DÍA 178: ¿y qué será de mi allá?

11 razones y media por las que NO quiero volver a Colombia

1. Porque ya los besé a todos.

2. Porque vuelvo a comer arepa de huevo, chicharrón, kayeye, ajiaco, patacones, sancocho y el resultado será la resurrección de la Gordita Samaria.

3. Porque los hombres guapos no existen y entonces no tendré con qué distraer mi vista y pensar que el mundo es bello y mis pobres hijos serán victimas de ello.

4.  Porque el sistema de transporte por tradición son unos buses viejos y destartalados que o van demasiado rápido o demasiado lento. Que están sucios y mal cuidados. Que van llenos y uno tiene que estar pendiente de agarrarse para no morir, cuidar sus cosas para que no lo roben y defenderse del tipo que lo morbosea. Todo al mismo tiempo. Además, no son propicios para leer, sacar historias para mi blog y enamorarme. Así las cosas se me irá todo el sueldo en taxis y los taxistas obvio, no son guapos. 

5. La ropa es cara así que no podré salir a comprarme algo cada que tengo una nueva cita. Pero bueno, como no hay guapos y ya los besé a todos, no habrá citas y no tendré que comprar tanto. 

6. Allá (y solo allá) mi ex que nunca fue mi novio, es una buena idea. Y yo no sé si le parezco una buena idea a él.

7. Se me acaban los días eternos en donde gracias a la maldición de los gitanos (esa en la si sales el lunes, sales todos los días hasta el otro lunes)  las noches se eternizan, hay planes, lugares y gente por conocer. Es que resulta que el país del reinado de la Ganadería, el sol se pone a las 6pm y a partir de las 8pm el plan es ver novelas y luego dormirse.

8. Tengo que volver a oír a Silvestre, Peter y Martin Elías y entender que a pesar que tienen mucho de ordinarios, me fascina bailarlos con un buen parejo.

9. En Colombia todo el mundo sabe ingles entonces no soy la chimba por ser la única que maneja otro idioma. 

10. Porque Petro es el alcalde de Bogotá y Caicedo el de Santa Marta.

11. Porque cuando vaya caminando por las calles no me van a decir 'guapa' con respeto y admiración, sino dejarán salir en cada paso algo como 'mamacita deliciosa, quién fuera no sé qué para hacerle yo no sé qué en yo no sé dónde y meterle quién sabe qué' con cara de enfermedad sexual.

Y mi ñapa, obvio: porque es mucho más chévere vivir en España que vivir en Colombia.

PD: AMO COLOMBIA y siempre es bueno volver a casa.

miércoles, 1 de agosto de 2012

DÍA 177: si, buenas, se metió agosto

Es agosto y que mamera y que felicidad. Si, todo al mismo tiempo. Es aburrido porque lo único que esto quiere decir es que me falta algo más de dos meses aquí en mi feliz y perfecta vida europea. Que estoy cerquita de volver a la realidad. Que me toca buscar un trabajo y eso requiere muchas cosas sobre todo porque yo rozo la línea entre pretensiosa y exigente. O sea que el famoso trabajo no solo tiene que hacerme feliz, ni pagarme bien sino que me tiene que hacer feliz, sí otra vez. Y es que yo no quiero nada más en la vida que estar feliz. En fin, volver es tener muchas más responsabilidades. Es volver a un país caótico e inseguro. Un lugar dónde la política me causa dolor verdadero. Donde el trafico es como sacado de una película de terror pero en últimas es ese sitio a donde supongo, pertenezco. Y me duele volver, bueno no me duele, me asusta volver y no sé si estoy preparada pero cada día me hago más la idea. Y así empiezo a cerrar ciclos aquí. Empiezo a dar todo el amor a los que me rodean para no arrepentirme de no haber dado  el suficiente. Empiezo a hacer cosas que no he hecho. Ir a lugares que TENGO que ir. Levantarme a las 7 y acostarme lo más tarde que puedo. Empecé la etapa de aceptación o resignación, ni sé. Y es que cuando salió el sol y llegó el verano, yo me terminé de enamorar de Madrid. En algún momento, no sé cuál, me enamoré de esta estación de mi ciudad adoptiva. Amo la terrazas. Me fascino con los outfits de la gente. Me sorprendo cada día con el horario de verano. Y me siento feliz aquí. Muy feliz. Y quisiera quedarme. Y quisiera que fuera un buen momento y hubiera más oportunidades. Pero empiezo a hacerme la idea de que hay que volver y que eso de quedarme aquí casi que eternamente, conseguir un amor y tener 5 españolitos no se hizo realidad. Pero la verdad es que cada día que pasa me duele más dejar esto pero sonrío más con la idea de volver.