miércoles, 18 de abril de 2012

DÍA 138: una abuelita adoptiva plis

Debía tener ochenta y tantos años. Tenía un vestido negro, un saco del mismo color y complementaba su pinta con unas medias y zapatos que no variaban de tonalidad. Tenía una diadema que recién comprada debió tener muchos brillanticos y aunque ya le quedaban pocos todavía había unos cuantos que cumplían su función. Estaba llena de arrugas inclusive las llevaba en el alma. Se las vi, sí, las arrugas que llevaba en el alma cuando dejó caer una lágrima.

Le pregunte que si se quería sentar. Pero se negó. Asumí que a su edad ya había concluido que cualquier dolor se alivia más rápido cuando uno está de pie. O tal vez no sentarse la haría más fuerte para sacar ese dolor que llevaba. Me partió el alma verla llorar. Realmente pensé que a los ochenta años, cuando ya uno ha visto todo, sentido todo, vivido todo, muerto y vuelto a vivir por todo, los dolores ya no dolían tanto. Pero vaya sorpresa, las lágrimas de la abuelita del metro demostraron que los dolores son dolores a cualquier edad. Y que por más que nos pasen los años y suframos mil decepciones, no dejarán de doler. Y yo quería abrazarle y quería preguntarle que si necesitaba una nieta adoptiva porque yo no quiero que nunca, como ella, la vida me deje de doler o me deje de alegrar e ilusionar. Nunca.

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