martes, 8 de mayo de 2012

DÍA 147: Y olé

Algún amor, de esos fallidos, me llevó por primera vez a una corrida de toros. Él, el de los ojos esperanzadores, el que tenía que ser perfecto y lo parecía, él, al que sin querer dañé con toda la fuerza que se puede dañar a alguien. El de corta estarura y corazón inmenso. El mismo que me dejó sola para que aprendiera a las malas y aprendí y por eso me partió la vida en dos. Él, el que me llevaba a corridas como a una niña pequeña. Orgulloso de mi y de mi sonrisa me presentaba a uno y a otros y se sentaba a mi lado. A veces, cuando yo me dejaba, me agarraba la mano y me susurraba al oido las explicaciones de lo que sucedía. Me transmitía con su mirada enamorada, el amor y el deleite que sentía por los toros, y yo como buena aprendiz me dejé seducir por eso y me deleite y las amé. Así que desde antes de venir a Madrid me propuse ir a toros. A ver esto en una de las plazas más importantes del mundo, aun sabiendo que sin él no sería lo mismo. Y el universo como es un bacan conmigo, me cumplió mi deseo. Y fui. Y entonces, hizo sol despues de días lluviosos. Mi roomate, mi compañía, se hizo mi complice. Nuestras ubicaciones fueron justo en el lugar de la plaza donde estaban los espectadorse más exigentes que peleaban con rabia sincera en el alma y aplaudían más bien poco. Estabamos al lado de Luis y su esposa. Una pareja que no se pierden corrida alguna y coleccionan las entradas, al día tenían más del 7.000. Nos explicaban cada movimiento, cada toro, cada aplauzo, cada grito. Cerca estaba Lorenzo que gritaba y se enfurecia y se ponía feliz según el toro o el torero. Vimos también a un colombiano que vive en España durante la temporada taurina y luego se vuelve a nuestro país a la temporada de ahí, y así se pasa la vida. Fue demasiado emocionante para mí. Sentí ilusión y felicidad en el alma. Las Ventas es majestuosa y la gente respetable. Fui absolutamente feliz. Definitivamente feliz, aun si cada segundo que estuve ahí, pensé en él y en lo que quisiera que estuviera conmigo en ese momento puntual. En que debía estar tomandome de la mano y explicandome las mil cosas que hay que explicar. En lo que él significó para mí. En que estar sola ahí sin él, no es más que la rectificación de que aprendí todo lo que tenía que aprender -desde el gusto por los toros hasta saberme importante- y que había valido que me dejara sola en mi proceso aun si en aquel momento dolió como un berraco. Y olé.

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