viernes, 22 de junio de 2012

DÍA 162: Mando Huevo

Llevo días infinitos. Días en los que no puedo despertar a la hora que me da la reverenda gana y días en los que me acuesto tardísimo. Y hoy me desperté con un sin sabor aburrido. Quería despertarme cuando yo quisiera y no cuando a las obligaciones se les antoja. Quería agua tibia y salía muy muy fría o muy muy caliente. Todo me quedaba horrible y me sentí obesa. Camino al metro me caí. El libro que me estoy leyendo empezó a sentirse sonso. Pero me di cuenta que mi mal sabor no era todo eso. Ayer fue un día largo en el que sentí que lo que hago en el trabajo no tiene sentido. Me hacia falta, demasiada, mi hermano. Salí cansada, desmotivada y aburrida. Se me partió el diente de arriba de la mitad y quedé más que asquerosa. No tenía, ni tengo y al parecer no tendré nadie quien me abrace, me mire, me de calma, me diga que me ama y que todo va a estar bien. Pero el metro es una bendición. Me senté y lo miré porque me miraba. No era guapo, y parecía de 23 años y hay que decir que quiero un hombre hecho y derecho. Por eso continúe con mi lectura sonsa. Cuando volví a alzar la vista el chico que me miraba, ahora miraba a un niño a su lado. Hace mucho no veía una mirada con tanto amor. Era amor infinito. El niño debía tener seis años y era inquieto y todo el tiempo sonreía. 

El guapo que no era guapo y que empezaba a volverse guapo ante mis ojos, realmente lo contemplaba. Le agarraba la mano. Lo acariciaba. Y le cogía la barriga a manera de broma. El niño seguía sonriendo pero nunca miraba fijamente. Ni tampoco hablaba. Pero él lo miraba con profunda ternura en sus ojos. Así me di cuenta que el niño tenía alguna especie de retraso. Claro, el guapo llevaba un pañuelo blanco limpiándole la boca cada tanto al niño sonriente. Me miraba de vez en cuando y yo trataba de disimular que estaba embobada con la escena más tierna de mis últimos tiempos. Leía una o dos oraciones en mi libro maricón y volvía a mirarlos. El niño sonreía y el guapo lo amaba con la mirada, con sus mimos, con su entrega. El guapo que no era guapo ahora era guapisisisiisisimo. Y yo quería tirarmele encima y abrazarlo y agradecerle que fuera feliz aun con inconvenientes. Se bajó con el niño en la parada de metro donde siempre veo que se bajan las personas con alguna discapacidad mental. Me miró antes de salir y estando afuera. Yo le sonreí queriéndole decir que era la hostia y que esa entrega tan berraca me había provocado entregármele yo a él. Supongo no entendió. Pero, Joder, pensé. Y yo encaminando mi día al fracaso por un bendito diente, por ganas de dormir, por falta de un amor, porque estoy repuestica, porque el agua no estuvo tibia. Mando huevo.

3 comentarios:

  1. Tenemos mil motivos para ser felices y constantemente nos estancamos en pequeñeces, hay que hacer de cada dificultad o momento malo un motivo más para mirar adelante y sonreirle a la vida! :)

    ResponderEliminar
  2. Si princesa samaria, todos en este mundo siempre mandamos huevo, nos quejamos de bobabitas y de verdad que hay niños y personas mayores que tienen problemas serios y son los primeros que sonríen. Excelente tu post

    ResponderEliminar
  3. Excelente este día 162, muchas veces somos personas que nos quejamos y vivimos angustiados por pequeñeces que nos ocurren, debemos vivir el día a día así sea que se nos arranquen todos los dienten, igual seguiremos sonriendo... Muaaahhh MI SAMARIA PREFERIDA ♥

    ResponderEliminar