domingo, 27 de noviembre de 2011

DÍA 33: este va sin foto

Desde que llegué había estado demasiado entusiasmada. No sé si emocionada, o tal vez algo extasiada. Sí, puede ser extasiada. Algo así como abstraída de cualquier realidad. Solo la mía importaba. Caminaba con la vida embriagada. Embriagada de vida.

Claro, nada ha cambiado. Todo aun me produce felicidad. Ganas de reír y estar agradecida con lo que estoy viviendo. Todo me parece absolutamente increíble e indescriptible. Me maravillo en las mañanas y en las noches antes de dormir sonrío y me siento plena. Nunca había estado tanto en el aquí y en el ahora. Por primera vez no me importa lo que va a pasar en un año o lo que pasó hace tres. Estoy aquí, justito aquí.

Pero desde que llegué supongo que no había tenido tiempo de darme cuenta que mi alma seguía en camino. No había llegado. Seguía viajando. Se estaba tomando su tiempo y es que resulta que las almas no van a la misma velocidad que nuestro corazón y cuerpo.

Mis primeras lagrimas en Madrid me dijeron que había llegado. Mi alma me había recuperado. Esa alma loca que seguía en el transito casa – viaje- Madrid- nueva vida llegó a quitarme el estado de embriaguez en el que estaba. Y lo hizo y por eso me entró la resaca. Llegó como quien amanece después de un día de esas fiestas en donde uno deja la conciencia enredada en las sabanas de alguien que uno al día siguiente ni quiere saber quién es. Solo quiere escaparse despacito y sin explicaciones. Así llegó la loca de mi alma.

Llegó a darme de sopetón el buen día de la mano de la soledad. Me recordó que estaba maravillada con todo, pero que ya era hora que me diera cuenta que hay cosas que me hacen falta. Mi mamá por ejemplo. Era la primera vez en casi dos meses que realmente la extrañaba. Joder. Quería llorar. Quería a mi mamá. La alma loca esta llegó a traerme al a realidad. Y la realidad es que a veces, solo a veces, algunos días como ayer, me hace falta que me consientan. Atención. Amor. Mamá.

Y lloré y entonces también empecé a extrañar a mi papá. Y a mi hermano, obvio. Y seguí llorando. Sí, yo. La que alardea de que nunca llora. Me sentí sola, un poco bastante sola, lo acepto. Con alma. Ahora sí es real todo. Ya estamos aquí. Mi alma y yo viviendo en Madrid. Afortunadamente llego mi alma. Ya extrañaba no extrañarlos.

Suspiro, ¡Llegó mi alma!

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